jueves, 19 de noviembre de 2009

Fracaso Escolar


El fracaso escolar se ha convertido en obsesión de los políticos. El concepto ya se aplica también a la universidad y se manejan estadísticas con gesto de consternación. Rellenan los números del fracaso escolar los estudiantes que no consiguen alcanzar el nivel requerido en una materia o un título. Y la consigna políticamente correcta es: acabemos con el fracaso escolar.
Ese fracaso puede verse desde dos puntos de vista, el del alumno y el de las instituciones. Desde el punto de vista el alumno, el fracaso escolar significa normalmente contrariedad y frustración. Para aminorarlo se impone mejorar los medios y los métodos de la enseñanza. Desde el punto de vista institucional, muchos políticos y gestores han descubierto la panacea: bajemos el nivel de exigencia para que parezca que nosotros no fracasamos al ejercer nuestras responsabilidades. Ahí no importan tanto los estudiantes y su futuro, sino la magia de las cifras, el relumbrón estadístico. Si en el Estado, la Comunidad Autónoma o mi centro hay menos fracaso escolar porque todos aprueban, será un gran éxito, aunque los alumnos acaben sin saber hacer la o con un canuto. Si esos estudiantes que tienen su título, pero no el mínimo de los conocimientos que habrían de exigirse, fracasan mañana en su desempeño profesional, será su problema. Nosotros hemos cumplido al ponerles el título barato. Un sistema educativo y un sistema universitario pueden ser un gran timo cuando el fracaso escolar se evita a ese precio.
La universidad tiene una de sus funciones legítimas y necesarias en la selección de los mejores, de los más esforzados y competentes para el ejercicio de las profesiones de mayor responsabilidad social: ingenieros, médicos, economistas, lingüistas, arquitectos, juristas... Cuando por el puro pánico a los números del fracaso escolar se da gato por liebre y se regalan esos títulos, se condena al declive a todo un país. Además, si la universidad no filtra a los mejores, la sociedad, clasista y llena de corruptelas, encumbrará, de entre la enorme masa de titulados, a los mejor relacionados y más pudientes. Mala igualdad la que se logra a base equiparar a los torpes con los esmerados y capaces.
La mejor sociedad y la más justa no es aquella en que todo el que quiera logre ser ingeniero, sino la que tenga buenos ingenieros haciendo bien su trabajo. Que nadie por su situación económica o social se vea privado de la posibilidad de estudiar una carrera, pero que la culminen quienes lo merecen. Eso es justicia social y eso es Estado social. Lo otro, demagogia y engaño, irresponsabilidad, fracaso colectivo.


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